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Por Carlos Julio Féliz Vidal
La muerte de un buen amigo siempre deja una estela de dolor.
Hoy le toco irse, de un infarto, a Junior Batista, un alegre joven que conocí y aprecié en el Club de Dominó de la Playa, a quién le decíamos como «El Gordo».
Era alegre y repentista, su personalidad le permitía ocurrencias salpicadas de jocosidad, lo que le grangeaba la amistad de muchos.
Se destacaba por el amor al trabajo, el ingenio para realizar con facilidad distintos oficios y su sentido de solidaridad con otras personas.
Era un hombre comprometido con su familia, que amaba su propia independencia. Era un visionario, que podía oler espacios significativos para producir el pan con el sudor de su frente y así cumplir con los retos del día a día.
A mí siempre me dispensó un trato distinguido, que me honraba.
Recordaré con fruición las múltiples ocasiones en que preparó unos suculentos domplines y salcochados en los que se sentía complacido en brindarme, a sabiendas de que los domplines, como él los hacía, sencillamente me encantaban.
Junior tenía una personalidad enérgica; era espontáneo en la toma de decisiones, lo que hacía contraste con lo atinado de su juicio cuando ponderaba situaciones sociales y políticas de interés local o nacional, o cuando, sencillamente, daba consejos a los amigos sobre temas en los que él había acumulado experiencias importantes.
Era un trotador de la existencia, que en distintas paradas, marcó de manera positiva la vida de muchas personas, especialmente con la distinción de trato que brindaba a sus amigos.
Se que su partida es muy dolorosa para su noble Familia, para los múltiples amigos que lo queríamos y para su barrio la Playa, donde era una figura emblemática.
Sólo resta pedir a Dios consolación ante una pérdida tan sensible como la suya; Recordarle como lo que fue, a sabiendas de que, como a un buen jugador de dominó, la vida le contó los puntos de la última partida.
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